Y ASÍ EMPEZÓ TODO
Limones en el suelo del patio, olor a jazmín, dos cigüeñas en la torre del barrio, mangueras abiertas durante largas tardes de verano, hasta que nos pillaba mi abuelo. Éramos tres hermanos inventando historias y juegos en
El Patio del Limonero: la casa de nuestros abuelos.
Quizás la mitad de nuestra infancia la pasamos en esa casa. Un patio con jardín, una azotea, cuatro habitaciones, y la tienda de los abuelos. El escenario perfecto de historias, juegos, olores y sonidos que envolvieron los recuerdos de nuestra niñez.
Mientras mi abuela Teresa vendía los huevos para hacer las tortillas de medio barrio, nosotros cogíamos patatas de la trastienda para enterrarlas en el jardín y ver qué pasaba. El abuelo Pablo nos contaba que las patatas salían de la tierra, y los melones también. Con 5 años ya empezamos a sembrar los primeras bulbos en el jardín de la casa. Cada fin de semana volvíamos a comprobar si algo verde o amarillo había salido de esa tierra mojada.
En invierno, el jardín se llenaba de verdina, que era la alfombra perfecta de nuestras caídas. En verano, el patio rebosaba limones, jazmines, y rosas súper grandes. Las blancas eran las más aromáticas, mis preferidas para hacer los ramos de rosas más bonitos del barrio.
Sinceramente, me gustaba más el patio en verano. Los días eran más largos para jugar, el calor sofocante agudizaba nuestro ingenio. El primer día que la abuela Teresa nos dejaba llenar la piscina de goma, comenzaba el verano. Invitábamos a muchos amigos a bucear en ese medio metro de agua, y a merendar bocadillo de mortadela recién cortada por la abuela.
Umm, aún sigue siendo mi bocata preferido.
Otro ritual que marcó la esencia de la Casa del Limonero era coger jazmines a las siete de la tarde. Mi abuelo Pablo siempre hacía hincapié: “ Los jazmines se cogen cerrados, solo los blancos, los verdes no, que aún tardan varios días en abrir”.
Los viernes por la tarde, mi abuela nos pedía 3 limones para hacer su rica limonada. “También hierbabuena”, nos gritaba por la ventana. Mi hermano la arrancaba con tantas ganas, que mi abuela terminaba vendiendo lo que le sobraba en la tienda.
En verano el sonido de los grillos es lo único que escuchábamos en el patio. Bueno, y alguna chicharra que, a las diez de la noche, seguía cantando como si el sol del mediodía no se moviera. En ese patio entendí por qué llaman a nuestro pueblo “La sartén de Andalucía”. Un 15 de agosto a las diez de la noche, con 33 grados… solo queríamos estar en remojo.
Los domingos eran otro rollo. “Buenos días, huele a churros”. Mi abuela los preparaba con mucho esmero. Hacía la masa, y hasta chocolate. A las once, sonaban las campanas de la torre, y era el momento de subir a la azotea. Mi abuelo siempre pegado a su radio, elegía bulerías y tanguillos como banda sonora de nuestros domingos. En esa azotea te sentías grandioso. Allí éramos como gigantes abrazando cualquier rincón del pueblo. Mi abuelo nos explicaba el nombre de cada torre, de cada montaña, y alguna historia graciosa de las cigüeñas que anidaban todos los años en la torre de San Gil.
La Casa del Limonero fue nuestro refugio durante años. Un lugar que nos hacía salir de la rutina, de nuestro barrio. Allí siempre conocíamos algún amigo nuevo. No había horarios, CALMA-PAZ-ARMONÍA.
Pasaron los años, salimos a explorar y aprender de la vida. Yo, que aún vivía prendada de los jazmines y limones del patio de mi abuela, estudié Biología y Tecnología de los Alimentos en Córdoba, y mi hermana Dirección de Empresas Hosteleras en Sevilla. Durante años estuvimos trabajando y aprendiendo. A María le encantaba la pastelería, y yo empecé a dar clases en la Escuela de Hostelería donde ella se formó.
Un día nuestra madre nos planteó un reto. La casa de nuestros abuelos, se vendía. ¡Oh no!, esa casa tenía demasiados recuerdos. Su árbol seguía allí, lleno de limones, los blancos jazmines, la hierbabuena de mi hermano, sus rosas antiguas. Hasta las cigüeñas seguían anidando año tras año. No podíamos creerlo. Esa casa debía seguir regalando historias, sirviendo limonada con sus limones, siendo refugio de desconexión del frenético ritmo de la vida que llevamos.
“La casa no se vende”. Lo vimos claro. Debía seguir siendo un hogar para todas las personas que buscan perderse en la esencia de lo simple, desconectar y disfrutar del presente. Coleccionar momentos únicos. Cuatro habitaciones, una azotea y un patio lleno de raíces con la historia de mi familia. Ese fue nuestro gran reto. A nuestra madre le encantó la idea.
Tras un año de duro trabajo, mi hermana empezó a empaparse de tutoriales y cursos de restauración de muebles. Yo comencé a indagar leyes y normativas para conseguir una licencia que hiciera que nuestra casa fuera segura y llegara a todos los rincones del mundo mediante google.
Mientras trabajaba de profesora en Sevilla, por las tardes volaba para llegar a Écija. «Puertas de madera desgastadas con pátina en las manijas de bronce, una huella de gato en el suelo de terracota en la entrada«. Queríamos enseñar al mundo nuestras ideas, nuestra casa, nuestros viejos muebles, que fueron transformados uno a uno hasta dar una segunda vida a la casa.
En 2016 terminamos nuestro proyecto. El Patio del Limonero abrió sus puertas. La esencia de la Casa de nuestros abuelos sigue aquí. Sus muebles con nuevos aires, sus rosales con nuevas incorporaciones, el jazmín, y las cigüeñas siguen siendo lo que eran.
Intimidad, privacidad, calma, paz y armonía. Valores que queremos transmitir en El Patio del Limonero. Un hogar fuera de casa.
Muebles con historia, transformados por nosotras , María y Berta, dos hermanas que han dejado todo por una misión:
Recuperar los recuerdos de una niñez perdida con sabor a limón.
Nuestro principal objetivo siempre ha sido que nuestros huéspedes se sientan como en casa. Y gracias a la implicación, el trabajo y el buen hacer de toda la familia, hemos conseguido que así sea.
Y no hay nada como finalizar el día compartiendo el salón en familia y en pijama. Esto en nuestra casa es posible, ya que si algo nos caracteriza es que puedes disfrutar de ella en exclusiva. Tomate un café bajo el limonero de nuestro patio, una copa de vino disfrutando de las maravillosas vistas que te ofrece la azotea o simplemente relájate en los acogedores espacios comunes, con la tranquilidad y la privacidad que ofrece el ser la única familia que se aloja en la casa.
Nuestro principal objetivo siempre ha sido que nuestros huéspedes se sientan como en casa. Y gracias a la implicación, el trabajo y el buen hacer de toda la familia, hemos conseguido que así sea.
Y no hay nada como finalizar el día compartiendo el salón en familia y en pijama. Esto es nuestra casa es posible, ya que si algo nos caracteriza es que puedes disfrutar de ella en exclusiva. Tomate un café bajo el limonero de nuestro patio, una copa de vino disfrutando de las maravillosas vistas que te ofrece la azotea o simplemente relájate en los acogedores espacios comunes, con la tranquilidad y la privacidad que ofrece el ser la única familia que se aloja en la casa.
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Además, nuestras casas están en un enclave inigualable. En el corazón de Andalucía, por lo que visitar ciudades como Córdoba o Sevilla resulta muy cómodo. Puedes disfrutar en un mismo día del bullicio de la capital y por la tarde volver a nuestro pueblo, recorriendo sus calles con innumerables historias y un patrimonio único. Y si buscas un entorno más costero, no se nos ocurre mejor lugar que Chiclana para disfrutar del mar y las playas gaditanas.
Écija: 630 161 140 - 661 466 986
Chiclana: 661 466 986
info@elpatiodellimonero.com
desarrollo web: mintha estudio
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